Fue la mujer que se disfrazó de hombre para poder estudiar en la universidad, la niña que aprendió a leer y escribir a los tres años y la monja que se enamoró de una virreina en el siglo XVII. Sor Juana Inés de la Cruz, una poeta excepcional que es recordada a más de tres siglos de su muerte.
La vida de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana terminó a causa de una tifoidea el17 de abril de 1695 en el Convento de San Jerónimo, el lugar donde fructificó su creación literaria y también donde compartió interminables charlas con la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes.
La relación entre la monja y “Lysi”, como ella misma llamaba a la virreina, coincidió justo con la época más prolífica en la producción de Sor Juana.
María Luisa llegó a la Nueva España en 1680, de la mano de su esposo, el entonces designado virrey Antonio de la Cerda.
La fama de Sor Juana por su talento como escritora había llegado a los oídos de la virreina, quien antes de conocer a la monja ya la admiraba.
Quienes han estudiado la obra de Sor Juana – como Octavio Paz, creen que su romance nunca se consumó. Entre los votos de castidad de la monja y la jerarquía de María Luisa Gonzaga, parecía complicado que su romance llegara a algo más que las conversaciones interminables y la dedicatoria de poemas.
Y es que Sor Juana dejó varias pistas de su amor por “Lysi” a través de sus escritos. En decenas de poemas se pueden encontrar referencias a la relación tan cercana entre ambas mujeres, algo que suponía un escándalo para la época.
Juana de Asbaje se convirtió en monja para evitar que la casaran y tener que pasar su vida atendiendo a su marido e hijos. Quería dedicarse a la lectura y al conocimiento.
Y lo logró al entrar al Convento de San Jerónimo, donde vivía rodeada de unos 4,000 librosen su celda con dos sirvientas.
Aunque estaba consagrada a Dios y al aprendizaje, la llegada de la virreina a la vida de Sor Juana supuso un cambio en sus actividades.
La relación entre ambas se cortó de manera abrupta en 1686, cuando el rey ordenó el regreso de Antonio de la Cerda a España.
“Lysi” se llevó con ella y conservó hasta su muerte un retrato de Sor Juana y un anillo que la monja le regaló.
“Divina Lysi mía:/Perdona si me atrevo/A llamarte así, cuando/Aún de ser tuya el nombre no merezco”, decía otro de los poemas de Sor Juana.