Redactar una novela periodística hoy en día con el título que encabeza mi actual columna en este diario implicó para mí un desafío profesional sin precedentes. A modo de ejemplo, baste mencionar que mi personaje central, Antonio M. Lugo Olea (AMLO), construyó durante muchos años su campaña electoral sobre la base de condenar a la llamada por él mismo, “mafia del poder”, a la que juró extinguir encarcelando uno por uno a sus integrantes, delincuentes, según él, de la peor ralea, hasta hacer que desaparezca por constituir una de las peores amenazas conocidas en la historia de México. Entre los acusados no solamente se encontraban sus antecesores, titulares del Poder Ejecutivo Federal, sino también empresarios y políticos encumbrados. A partir de semejantes afirmaciones intenté estudiar las consecuencias de llevar a cabo una profunda purga penal de dimensiones nacionales.
La tarea implicaba un colosal esfuerzo sin perder de vista la enorme cantidad de obstáculos jurídicos y políticos que aparecerían a lo largo de la ruta crítica antes de conducir y arribar con la nave a buen puerto. Sin embargo, de golpe y en términos inexplicables, el candidato puntero en las preferencias electorales decidió exonerar de toda culpa a la tal “mafia del poder”. Las horas de trabajo invertidas, así como las cuartillas escritas durante la indagatoria, los virajes radicales, la frustrante sensación de desperdicio fueron sepultados indefinidamente en mis archivos, desgastante coyuntura durante la cual recordé el sudario de Penélope, esposa de Ulises, quien destejía durante la noche lo que había tejido durante el día.
Si la prensa y la historia tienen que partir de datos duros, la novela periodística cuenta a su disposición con la ficción para aquellos casos en que se carezca de elementos probatorios imposibles de obtener. Sin embargo, puede arrojar cubetadas de luz para explicar los episodios inconfesables de los políticos de todos los tiempos y latitudes.
La ficción jugó un papel definitivo en la redacción de Ladrón de esperanzas,porque me fue particularmente útil para describir la existencia de un acuerdo ultrasecreto entre el presidente de la República, Ernesto Pazos Narro (EPN), y Antonio Lugo Olea (AMLO) para facilitar el acceso de este último como el nuevo jefe del Estado mexicano. ¿Cuál fue el acuerdo? ¿Cuáles fueron las condiciones? ¿Cómo se llevó a cabo? ¿Quiénes intervinieron? ¿Por qué era no solo necesaria, sino indispensable dicha omertá, para impedir la utilización del aparato electoral priísta?
¿Quién resulta ser más culpable en este entramado de ficción política muy cercano a la realidad, monseñor Lugo Olea, el místico que vendió su candidatura a unos rufianes con tal de llegar al poder y llenar así sus vacíos emocionales como redentor de la patria, o Ernesto Pasos Narro, el que torció el destino de México a saber a qué costo y por cuánto tiempo a cambio de su salvación y la de su pandilla?
La irrupción de un sujeto armado en la habitación presidencial de Ernesto Pasos Narro en una de las noches previas a la entrega del poder con el objetivo de interrogarlo, como si el intruso representara al pueblo de México, constituyó también todo un reto en materia de logística para lograr su cometido. De la misma manera, me resultó particularmente atractivo reunir la mayor cantidad de voces opuestas en la sociedad mexicana para hacerlas discutir entre sí con el ánimo de llegar a un acuerdo y tratar de explicar a cuál de todas le asistía la mayor parte de la razón. Por supuesto que las escenas de un exquisito erotismo no podrían estar ausentes en el contexto de una novela periodística protagonizada por políticos, periodistas, empresarios y mujeres con o sin diversas capacidades académicas.
Ladrón de esperanzas tiene un solo objetivo: dar la voz de alarma de acuerdo con mis muy personales puntos de vista de lo que ocurre en el México de nuestros días. Me adelanto para informar a mis lectores que el segundo tomo de esta trilogía se titulará La felicidad de la inconsciencia, porque paradójicamente cuantas más decisiones equivocadas toma AMLO, más crece de manera inexplicable su popularidad hasta alcanzar el 85% de aceptación entre el electorado a escasos 100 días de haber iniciado su mandato.