ENCUENTRAN AL GENOCIDA MÁS BUSCADO DEL MUNDO

Protais Mpiranya, uno de los asesinos y genocidas más buscado del mundo, ha muerto y sus restos fueron encontrados en un cementerio cubierto de maleza en la capital de Zimbabwe.

El cuerpo de Protais Mpiranya, el excomandante de la guardia presidencial de Ruanda acusado de genocidio, yacía enterrado bajo una losa de piedra con un nombre falso, que los investigadores de la ONU rastrearon e identificaron con la ayuda de una pista crítica encontrada en una computadora confiscada: el diseño hecho a mano para la lápida de Mpiranya.

Su cuerpo fue exhumado el mes pasado a pedido de investigadores de la ONU, y la identidad de Mpiranya fue confirmada por análisis de ADN el martes.

El hombre encargado de supervisar la matanza de miles de ruandeses y de ser cómplice del asesinato de muchos más, murió en Harare en octubre de 2006 de un ataque al corazón provocado por la tuberculosis, a la edad de 50 años.

Pero su muerte, como gran parte de su vida, había sido guardada en secreto por su familia y seguidores. Mpiranya había estado viviendo en Zimbabwe con una identidad ficticia durante cuatro años, a pesar de la insistencia del gobierno de que no estaba en el país.

La investigación que siguió su rastro hasta la tumba en el cementerio de Granville, en el extremo sur de Harare, descubrió que había llegado en un avión militar de Zimbabwe y que había estado en contacto frecuente durante su estancia con funcionarios zimbabuenses del régimen del entonces presidente Robert Mugabe, quienes eran muy conscientes de su identidad como aliado valioso en la segunda guerra del Congo de 1998-2003.

Como fugitivo, Mpiranya había sobrevivido al Tribunal Penal Internacional para Ruanda, establecido en 1994 para llevar ante la justicia a los perpetradores de la matanza que acabó con la vida de hasta 800.000 tutsis y hutus moderados. Lo habían acusado de ocho cargos, incluidos genocidio y crímenes de lesa humanidad, pero no pudieron encontrarlo para llevarlo a juicio.

Después de que el tribunal cerró en 2015, se estableció un “mecanismo residual” para cerrar casos antiguos, y parte de ese mecanismo era un pequeño equipo de rastreo bajo el mando del fiscal jefe, Serge Brammertz.

A las 7 de la mañana del 7 de febrero, los miembros del equipo llegaron al cementerio, donde las tumbas eran invisibles bajo la hierba que llegaba a la altura de la cabeza. Tardaron dos horas y media en encontrar lo que buscaban: una lápida negra en memoria de un Sambao Ndume cuya fecha de nacimiento coincidía con la de Mpiranya, el 30 de mayo de 1956.

La inscripción en francés en la lápida era heroica: “Aquí descansa para siempre quien amó a su patria, a su pueblo y a su familia, más que a su propia vida”. Debajo de eso, una cruda representación de un guerrero con arco y flecha fue tallada con el mensaje: “Papá RIP”.

El camino que había llevado a los rastreadores a la tumba era largo, complicado y salpicado de callejones sin salida. Supuestamente, hubo informes de testigos oculares de toda África de personas que afirmaban haberlo visto, y hasta fines del año pasado, los investigadores creían que probablemente todavía estaba vivo, escondido en Zimbabue con sus compañeros combatientes de la guerra del Congo.

En mayo de 2020, Mpiranya era el último fugitivo importante entre los 93 acusados por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda y el sospechoso de crímenes de guerra más buscado del mundo.

Como jefe de la guardia presidencial de Ruanda en 1994, según su acusación, les había dado a sus hombres una lista de asesinatos de destacados tutsis y órdenes de matar también a sus familias. Armó y entrenó a la notoria milicia Interahamwe Hutu, responsable de cientos de miles de muertes.

Y con la señal de inicio del derramamiento de sangre, el derribo del avión en el que viajaba el presidente del país, Juvénal Habyarimana, el 5 de abril de 1994, envió a sus hombres a levantar barricadas en las que masacraron a tutsis.

Soldados de la guardia presidencial asesinaron a la primera ministra Agathe Uwilingiyimana, una hutu moderada, y mutilaron su cuerpo. Los 10 soldados belgas con armas ligeras que habían sido enviados para protegerla fueron asesinados a tiros y machetes.

Después de la caída del régimen hutu en julio de 1994, Mpiranya huyó por África y pasó cuatro años en Camerún hasta que se volvió inhóspito para los fugitivos genocidas. Luego se trasladó a la República Democrática del Congo (RDC), luchando con las fuerzas hutu y las tropas de Zimbabue en nombre del presidente del país, Laurent Kabila, contra el ejército de Ruanda, en lo que se conoció como la segunda guerra del Congo.

Los oficiales zimbabuenses vieron al ex comandante como superior a la mayoría de las tropas congoleñas junto a las que luchaban.

Entonces, cuando Mpiranya fue acusado por primera vez en septiembre de 2002, sus amigos y admiradores en Zimbabue lo ayudaron a cruzar las fronteras. Según testigos, voló desde Mbuji-Mayi en el centro de la República Democrática del Congo a Harare en un avión militar de Zimbabue.

Mpiranya trajo consigo un pequeño séquito de comandantes hutu y, usando una identidad falsa, estableció un pequeño negocio de transporte con dos camionetas grandes, compradas muy probablemente con las ganancias de los diamantes congoleños.

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